La desventura de un oficio en altibajos

Mourinho funda su vanidad en la enumeración de los títulos cosechados. Los clubes que lo han amparado en su periplo por Europa fueron gestando el virus de la victoria, y tarde o temprano estiraron los dedos hasta rozar los cielos. A corto plazo el triunfo produce un resabio a regocijo, el sabor a las cosas bien hechas y la placidez por arribar a cotas que antaño se presumían peliagudas. Pero la mutación de la plaga es un azote que contagia veloz y arrasa con estamentos deportivos y extradeportivos. Cuando Mourinho llegó al Real Madrid su discurso se mantuvo en la arrogancia que acostumbraba, con altibajos retóricos y salidas de tono según requerían las circunstancias y el rumbo del equipo. En su primera temporada, la plática de “su verdad” produjo un efecto colateral que enarboló el orgullo de sus contrarios. La primera consecuencia el fatídico 5-0 que endosó el Fútbol Club Barcelona. La goleada marcó un punto de giro y Mourinho descubrió fantasmas y fobias. Con todo, el luso no salió mal parado, la Copa del Rey apaciguaba las ansias de la diosa Cibeles. Más cuando se ganó contra el Barcelona.

La segunda temporada exigía retos deportivos de mayor calado. La Liga BBVA, siempre lo dijo el mister, era el objetivo prioritario. Pero la afición y la Presidencia soñaban con la décima. En una semana el conjunto blanco había tomado posiciones para conseguir ambos títulos. El primero con la sentencia del manotazo en el Camp Nou. El segundo, sin embargo, se quedó a la vuelta de la esquina. Segundo año consecutivo con la miel en los labios.

El Bernabéu se engalanó con el frac de las noches de ópera para recibir al Bayern de Munich. Repetía Mourinho el once de Barcelona, pero con Marcelo en detrimento de Çoentrao. El brasileño, más ocurrente, aporta una melodía ofensiva que se acopla mejor con la sonoridad del Bernabéu. El partido y la eliminatoria parecían decantarse pronto con dos tantos de Cristiano Ronaldo en 15 minutos. En el primero no falló el luso de penalti para agitar los sentidos de un estadio que burbujeaba como el champan. En el segundo, el delantero aprovechó una asistencia de Özil al corazón de la media luna y definió con convicción, sintiendo que la bola besaría las mallas. Las ocasiones teutones agitaron los cimientos de la serenidad. Robben tuvo el empate a uno tras un centro desde la izquierda que le botó extraño. El holandés que antes se ajustaba a la moqueta madrileña no conocía que el prado se revela con los divorcios. Pero con el balón estático, desde el punto de penalti, no erró en su disciplina. La pena máxima vino provocaba por el infantilismo de Pepe, un central contundente que se aleja del guión demasiado a menudo. El 1-2 igualaba la eliminatoria y proponía una lucha de eterno desgaste.

Sufría el Madrid porque sus puntas no atinaban con los movimientos precisos y porque la ofensiva alemana desgarraba resquicios entre la zaga blanca. En una de esas, Casillas alejó una ocasión contundente de Mario Gómez. Término que el alemán acostumbra a celebrar. Transcurría el encuentro por derroteros imprevistos, con un Madrid algo sonámbulo que procuraba cubrir las carencias con el ropaje de arreones inconexos y convulsiones ofensivas. Pero el Bayern respondía a sacudidas, casi siempre de la mano de Robben. Precisamente fue el ex-madridista el que tuvo la última de la primera parte. Botó una falta directa al borde del área que esta vez Casillas atinó a despejar.

Después de la frontera de los 45 minutos, el Bayer observaba los espacios a los que nadie atendía y su superioridad en medio campo le proveía con situaciones de encanto. Supo ajustar líneas el Real Madrid y rebatir con los alaridos de la grada, pero no encontraba pretextos suficientes para hacer triangular el balón al corazón del área. Benzema guiaba la ofensiva y Arbeloa se ensañaba con el desamparado Ribery. No era suficiente, y como la prórroga amanecía en el horizonte de los 90 minutos, los entrenadores escondía sus cartas y aguardaban el devenir de la obra. Sólo Kaka, que adeuda con la institución blanca la gratitud por la paciencia en su rescate de sensaciones, salió antes del minuto 80. Elegantinho podría ser su apodo, porque pocos atesoran tanta calidad y la recrean con visón de juego. El brasileño no fue definitivo pero aportó oxígeno libre de humos. Pero el ocaso del tiempo reglamentario asoló sin consecuencias en el resultado.

La frontera entre lo que fue y lo que pudo ser se conoce como prórroga. Un diálogo sin contenido entre ambos conjuntos que medio entretuvo al graderío. No existió la alquimia de la gracia deportiva, y sólo un soliloquio de Marcelo, que inició en su área y concluyó en fuera de juego, desplegó pancartas de entusiasmo.

Llegaron los penaltis entre alabanzas de clamor al santo Iker Casillas. Los penaltis, que es la dimensión atemporal de contrastes, eyaculó sacudidas de deleite bávaro cuando Schweinsteiger condujo a los alemanes a su final. Antes del orgasmo, Casillas con dos estiradas, volteó los errores de Cristiano y Kaká. Alonso no falló en su empresa, pero Ramos ensayó un balón en el segundo anfiteatro. El resto es historia.

Tampoco en la segunda temporada de Mourinho, el Madrid luchará por la décima. Con la derrota del Barça ante el Chelsea, el curso del Real Madrid se hinchaba sobre la periferia de la realidad. Después de su tropiezo, el globo de la ilusión se desinfla. Es lo que conlleva atender a resultados y desechar las sobras de los contextos. Mourinho prometió resucitar al muerto con el virus de la victoria como hiciera en Portugal, Inglaterra e Italia. La pandemia muta despacio.

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2 responses to “La desventura de un oficio en altibajos”

  1. Guillermo Garrido says :

    sensacional el artículo. es cierto que la pandemia muta despacio, pero lo más curioso de todo, que el madrid en el partido de competición europea que tenía que dar la nota ( no contra equipos como apoel y amigos) no la ha dado. para mí la sensación en ese aspecto sigue siendo igual de mala que el año pasado.

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