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Un compositor de partituras sublimes

«Cuanto más cerca se está del frente, mejores son las personas«,         Ernest Hemingway.

Joan Cruyff fue tan buen maestro en el arte de enseñar a volar, que sus pupilos todavía no se han detenido. El holandés, pionero en el génesis del fútbol moderno registró un itinerario deportivo henchido de alternativas. Tras su paso como entrenador blaugrana, se gestó un talante urdido en el cantal de jóvenes promesas esculpidas por un ideario del rumbo común, que desde entonces se ejercitan al son de la danza que produce el juego asociativo entendido en su máxima expresión. El Barcelona es pura agudeza que día a día, durante doce años, ha evolucionado en el placer de alcanzar una fórmula.

El paso de entrandores de horma semejante cooperó en el afán por no desviar la mirada hacia atajos más suculentos. Pero hubo un momento, hace cuatro años, donde tras la partida de Frank Rijkaard del banquillo azulgrana, la tentativa por degustar nuevos valores pudo haber acabado con la alianza con del fútbol de Narciso. Mourinho sonó como alternativa real y cercana para dirigir una plantilla con necesidad de remodelación. Pero el luso fue rechazado en beneficio de Pep Guardiola, que por entonces dirigía al segundo equipo de la disciplina catalana. Su ascenso zarandeó la suspicacia de multitud de aficionados que no eran capaces de reparar en el «4» un futuro competente. Las reticencias eran normales porque, a pesar de que en su trayectoria en el pasto demostrase indicios de maestro, la pericia del nuevo mister todavía no estaba probada. El sacerdote todavía no había tomado la primera comunión, pero el Barcelona es un club de cantera y el entorno no tardó demasiado en vislumbrar en Guardiola un mañana próspero.

Después de los cuatro años del cuatro emerge la perplejidad ante la decisión de Pep Guardiola de acabar con su etapa como entrenador del Barcelona. A pesar de que se intuyese un desenlace limítrofe la sensación es de disgusto. También lo fue con la marcha de Raijard, y Guardiola consiguió ejercer de alquimista y dilatar el tiempo para lograr la evolución de un fútbol excelso, sin parangón. Un empleo audaz y exquisito en el trato de la pelota, distinguido y amable sin ella, al que le debemos una zancada más allá en el oficio de un deporte que hasta ahora, ha alcanzado sus cotas más altas. Guardiola es el autor de una partitura que sus jugadores han sabido interpretar. Sin orquesta no hay función. Pero hasta que no llega el director, cada uno toca a su ritmo.

Guardiola, como todos aquellos que besan las nubes, provoca admiración y escozor a partes iguales. Tildado de farsante y adulterado en ademanes y conferencias lo cierto es que Guardiola ha manejado un discurso elegante y modélico del que sólo se ha alejado en ocasiones puntuales. No hay nada de injurioso en maniobrar ante la opinión pública con afinada destreza si con el gesto no se perjudica a otros. Tesis que Guardiola siempre ha acogido.

Con el tiempo, el Fútbol Club Barcelona se ha reafirmado como un club extranjero (en lo deportivo) con costumbres propias dentro de un sistema de rutinas extranjeras. Es de su propia idiosincrasia donde nace la necesidad de mantener una línea deportiva que conserva la batería cargada. Tito Vilanova se significa así como el timonel idóneo para mantener el barco a flote. Las hechuras del director de orquesta las tiene, pero debe probar la capacidad para componer.

Desdichado infortunio culé

Messi es el estandarte y el reflejo del Fútbol Club Barcelona. La imagen del argentino, abatido, reposando la pena sobre sus rodillas, es la imagen del Barcelona. Cuando Messi no está, el Barça no es tan Barça. Y ya van tres partidos sin el astro argentino.

No es demasiado llamativo que durante tres encuentros seguidos un delantero no celebre un gol, pero el dato es extraño cuando se refiere al máximo goleador de la historia del Fútbol Club Barcelona. La pulga atesora 61 dianas en lo que va de temporada (41 en la Liga, 14 en la Liga de Campeones, 2 en la Copa del Rey, 3 en la Supercopa de España y 1 en la Supercopa de Europa), y sólo en tres ocasiones en lo que va de curso se ha repetido la nombrada racha negativa. Sus números son marcianos y siempre van acompañados de actuaciones deslumbrantes día sí y día también.

El Barcelona recibió al Chelsea con el anhelo de una remontada previsible. Desarrolló el fútbol como conoce, con una alineación de intenciones, donde Cesc y Alexis marcaron la diferencia respecto al partido contra el Real Madrid. Los dos fichajes de este verano proporcionaron al Barça una variedad de profundidad y movimientos que se echó en falta en el encuentro liguero. Piqué, que también regresaba al once titular, tuvo que retirarse por un choque con Valdés que le restó capacidades.

Se hizo el Barça con el balón, le tomó el pulso a la eliminatoria y desplegó, como pudo, sus pretensiones futbolísticas. Encararon el encuentro con un gol cosechado con la perseverancia que extiende el juego de toque y con la expulsión del patoso Terry. El capitán blue asentó un rodillazo a Alexis y una coz a su propio equipo. La roja directa, además de dejar huérfana a la defensa londinense desde el minuto 34, le impide jugar la final.

Con el aire de cara comenzó el Barça a gustarse y a conmover a un estadio repleto. El tropiezo liguero estaba olvidado y en el aroma de Champions evocaba el placer de sentar cátedra. Cuando sólo se podía pedir un gol más para alejar los miedos de Europa, Iniesta largaba un puntapié a la eliminatoria tras una jugada de escaparate. El Barça se sentía futurible ganador y dominaba a un conjunto defensivo en inferioridad numérica. En esas, al filo del descanso enarboló un contraataque el Chelsea con una asistencia perfecta de Lampard que Ramires finalizó de vaselina, una de esas a las que Messi acostumbra y que se empeñó en mostrar sencillas. El 2-1 no entraba en los planes.

Tras el parón regresó el Barça con la intención de despertar al enfermo y no sucumbir ante la fortaleza inglesa, pero se antojó la empresa demasiado compleja. No por calidad y fútbol, sino porque el azar no siempre acompaña. Un penalti de Drogba sobre Cesc posibilitaba a los culé adelantarse en el marcador, pero Messi, errático como nunca, estrelló las ambiciones de su equipo en el larguero. Desde ese momento el argentino quiso y no pudo. Bajó al medio campo con periodicidad y con la intención de desquitarse del fallo. Pero no atinaba en su intento por rescatar al Barça. Ya son ocho los encuentros en los que se ha enfrentado al Chelsea, y en ninguno ha marcado. Extraños ademanes del cosmos del fútbol.

El Chelsea se encontraba a gusto y se reconocía en su recogimiento. La segunda parte avanzó demasiado rápida para la grada blaugrana. Fue un visto y no visto desde el lanzamiento de penalti hasta la salida de Torres. Sólo un gol anulado a Alexis pareció parar el tiempo. Un segundo. Lo que tardó el juez de línea en levantar la bandera. El Chelsea, cuando cazaba un balón, lo lanzaba en ofensivas sin importar quien anduviera por allí. Torres, cumplidor en su carrera, bajó un pelotazo que nació en el corazón del área y cabalgó con la final entre los ojos. Dribló a Valdés y empujó el balón logrando su gol más importante de toda la temporada. El partido estaba acabado.

A pesar de que en dos partidos el conjunto blaugrana se ha despedido de los dos títulos más importantes a nivel de clubes, el tropiezo no es ningún descalabro. Es meritorio, heroico, el camino del Barcelona en Europa y en la liga. Acostumbrado a coleccionar títulos este Barça de Guardiola conoce una nueva faceta del deporte, la de compartir rivalidad con su eterno rival en una de las disputas deportivas más feroces que se podían prever.