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Peregrinación a la tierra prometida

 

 

 

 

 

 

 

Hay varias generaciones de muchachos perdidas en estos tiempos de trémula presencia. La coyuntura no ampara a los talentosos que, obligados, deben auxiliarse en las axilas de profesiones y sueldos que ni soñaron. Su tiempo es duro y arenoso, y desmotiva y suscita dudas trascendentales que repasan preguntas rebosantes de victimismo. Los héroes de nuestro siglo, algunos futbolistas, no ayudan porque están quebrados. Su pintura se desprende al mínimo roce y descubrimos en ellos ejemplos múltiples de lo que no debería ser. Pero la tragedia no lo engloba todo, y por encima de los héroes está la Épica. El deporte aglutina formalidades y condiciones que hacen de su disfrute un placentero analgésico para periodos de deriva social, cultural y moral. Ofrece cobijo e invita a la entrega de los sentimientos. Descubrir sus recovecos es alcanzar satisfacciones, aunque sea durante 90 minutos.

Hay en España varias quintas de chavales del Athletic de Bilbao que han espigado su maduración ante la hambruna deportiva que supone no levantar trofeos. El éxito ha sido durante más de veinte años, un anhelo parcial supeditado a intereses de legítima coherencia. Los héroes esculpidos en la cantera rojiblanca no se fragmentan con facilidad y proponen dogmas de apasionado romance que han logrado sustituir el triunfo por una devota lealtad a los colores y persistencia de la fe. No pretende la doctrina ensalzar el proselitismo, sino conjugar los apuros y virtudes para exprimir los períodos empíreos.

La demora ha premiado la persistencia en el evangelio de Lezama con la fecundación de un grupo de colegiales virtuosos gobernados por la honestidad vestida de chándal. La honradez de la propuesta, la tenacidad en la ejecución y la combinación de aptitudes y nobleza han llevado a este Athletic Club a las puertas del Olimpo, que ya es un logro por sí mismo. Erró el conjunto vasco en su primera acometida hacia el éxtasis ante el Atlético de Madrid, en la final de la Europa League. El ímpetu se vio mermado por la excitación, y el tembleque duró más de lo reglamentario. Los llantos por la derrota, aunque lacerantes y desgarradores, no empañaron el orgullo y satisfacción por la magistral trayectoria.

El viernes 25 de mayo una nueva oportunidad se presenta para redimir a la afición de una peregrinación escogida por la senda de la hambruna. Lo más probable, propone la razón, es regresar a Bilbao con las manos vacías y la cabeza bien alta. Pero ni el fútbol respeta la lógica, ni la razón tiene jurisdicción en nuestra sociedad. El Athletic continuará coexistiendo merced a una comunión con su parroquia y a alegatos apasionados sobre el terreno de juego. En eso, gane o pierda, no hay vuelta de hoja. La final de Copa, por el misticismo y acoplamiento con club, es el escenario perfecto para retomar sensaciones desfiguradas por el tiempo. Por déficit y necesidad, los bilbaínos presentan candidatura en nombre de varias generaciones de muchachos perdidos en el desierto de las vicisitudes. Quizá, quién sabe, llegue la tierra prometida.

Contundencia de Campeón


A falta de dos jornadas para la conclusión de la temporada de liga el título madridista ya es corpóreo en su integridad. Un trofeo cobrado a base de la pegada que adjudica el talonario y la periodicidad de la cita con la victoria. Por primera vez en la historia del campeonato, San Mamés albergó a ras de césped las efemérides de un título foráneo. Como debe ser, y no como podía haber sido por la torpeza de los horarios. La contundencia del Real Madrid fue suficiente para doblegar un pulso impulsivo que adoleció de naturalidad en el conjunto local, mermado por propósitos venideros. El encuentro venía marcado por la diligencia madridista por celebrar el título cuanto antes y la intención local por espolear los ánimos como respuesta a la ofensa que consideran en torno a la polémica sobre la final de Copa. El Madrid entendía su compromiso y se empeño desde los inicios por encaminar el duelo hacia la celebración y evitar la incertidumbre que conlleva no amarrar el título. El 0-3, como la temporada anterior, fue tajante. Seco.

El Athletic Club, embajador de ilusiones y promesas, formó con sólo 5 jugadores que acostumbran en el once. Pero la ausencia de peloteros como Herrera, Muniain o Iturraspe no exigía desprenderse de ambiciones futboleras. Lo demostraron los de Bielsa con arrogancia en la presión e intenciones en la salida. Como acostumbran, los rojiblancos pretendieron semejarse a derroteros de odas y monumentos con el balón, buscando espacios y afilando verticalidad continua. Pero el ardor de entusiasmadas posesiones procura a los adversarios espacios en el retroceso, que se tornan absolutos cuando el rival es experto en el arte de hallar vacíos. El encuentro se mantuvo vivo durante 15 minutos. Los que tardó el Madrid en hacer de su ofensiva un zapatazo certero de Higuaín y una combinación impecable que concluyó con triunfo de Özil. El alemán, que acostumbra a servir asistencias, recibió una diagonal perfecta de Cristiano para embocar el balón. Antes, con el 0-0, Ronaldo erró de nuevo en el punto de penalti en un gesto de arrogancia o valentía, según los colores de la perspectiva. La paradinha quedó yerma y el luso no afinó en su lucha por el pichichi.

El 0-2 estimuló el pundonor de los rojiblancos que insistían en ejercer de anfitriones. El Madrid, a gusto en el repliegue, ofreció su juego al culto del contraataque y el partido resurgió en intensidad y ocasiones para ambos conjuntos. Propósitos más cercanos a una coyuntura ociosa que emotiva. El encuentro, de principio a fin, tuvo un sólo dueño.

El descanso, en vez de motivar ambiciones, entibió un duelo en el que no se pretendían sorpresas. Los de Mourinho se apropiaron de la autoridad y maniobraron con pragmática. El gol de Cristiano, además de fomentar la liza por el pichichi, y la roja a Javi Martínez contribuyeron al proyecto. La expulsión del internacional, por doble amarilla, fue injusta y abusiva porque envites semejantes no cobraron sanciones en los rivales. A medida que se acercaba el triunfo y el trofeo, crecían los gritos de ánimo de una grada que se abalanzó contra el 7 madridista. Ronaldo, crecido por la hazaña contestó con gestos de adolescente mimado.

La liga, que ya era una realidad, no acaba con la hegemonía blaugrana. Inicia una pugna deportiva y alivia tensiones. Para ello, el Barcelona debe manejar una transición que se supone aseada. La empresa no parece complicada porque la capacidad de la plantilla alcanza para ello. Evidencia de ello es el triunfo del Barcelona 4-1 ante el Málaga. Las aspiraciones visitantes por alcanzar los escalones de Champions se intuían de mayor calado que los del Fútbol Club Barcelona, que despachó el encuentro sin la ambición de objetivos pero con el oficio de su jerarquía y las inspiraciones de Iniesta. El de Albacete sirvió el primer gol a Puyol, provocó el penalti del segundo y asistió a Messi en el cuarto. El argentino que marcó tres, ya atesora 46 dianas y se fuga en la lucha por el pichichi además de aspirar a una marca de otro siglo.

En la otra liga, en la que se pretende evitar descalabros, la Romareda coreó a 35.000 voces el «Sí se puede» tras su victoria ante el Levante y la derrota del Rayo. La pugna por la permanencia, además de la reyerta por una plaza en competición europea, es el mayor atractivo para las dos jornadas restantes. La liga ya tiene dueño, pero todavía no ha terminado.

Por derecho propio

Bilbao es un jardín de emociones que florecen en cada esquina. San Mamés, Basílica del fútbol nacional escenificó que la liturgia del deporte es una bomba de misticismo donde el éxtasis se exhala entre los cánticos de un himno que encoge a los gigantes y amedrenta a los forasteros. Si como escribió Juan Villoro, Escocia y México son las campeonas del mundo en aficiones, el Athletic Club de Bilbao es el paladín a nivel de clubes. El éxito de una raza que destroza los tópicos modernos y maneja a su antojo el florecer de nuevos guerreros. El Athletic es un sentimiento, un modelo, una emoción con fragancia de franela pero corazón felino. Un club que afirmaba su supervivencia en un tradicionalismo hermético que no permitía la evolución hacia un fútbol moderno. Hasta que llegó Bielsa, ese loco emborrachado de fútbol que viste de chándal porque el pasto es su casa, y el pijama le parecía excesivo. Excepcional entrenador con nombre de sabio que iluminó las sombras de un club en claroscuros. Con los rincones visibles, el Athletic de los Campeones del Mundo conocía todos sus secretos, y haciendo gala de un fútbol hermoso halló el premio en la final de la Copa del Rey y de la UEFA. Contra Barça y Atlético de Madrid respectivamente, intentarán los leones recuperar una usanza que desde 1983 no navega por la ría. Este Athletic lo merece.