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El Barcelona busca el camino

Con la Liga BBVA descartada, la Liga de Campeones se alza como un estímulo nuevo y sustitutivo para las emociones del FC Barcelona. El equipo de Guardiola se alejó de sus aspiraciones en la competición doméstica con un tropiezo en su campo ante el eterno rival, que por primera vez en tres años le arrebata el título de la regularidad. El daño es doble por lo perdido y por contra quién se ha perdido. Son instantes de júbilo en la capital española y de decepción en Barcelona, pero la temporada oficial todavía no ha acabado, y buena parte de los argumentos para hacer balance en junio dependen de la Champions. Si uno de los dos conjuntos españoles, Barcelona y Madrid, levantasen la orejona en el Allianz Arena, para ojos de Europa sería el triunfador de la temporada. Es una premisa ventajista ésta que nos lleva a evaluar el curso académico en vez de disfrutar de una colosal lucha deportiva, pero la tradición es longeva y eludirla costaría lo suyo.

El Chelsea llega a Barcelona con la ventaja en el marcador (1-0) y la intención de repetir gesta. Enfrentarse al Barça se ha convertido en un motivo de tasación y para ganarle muchos justifican maniobras de avaricia protectora. Los blues conquistaron un botín suculento merced a un juego estéril aferrado a la esperanza de resguardarse de los envites rivales. La táctica estaba clara: juntar líneas defensivas y suministrar a Drogba de balones de todos los colores, sin atender demasiado a peripecias ofensivas. El triunfo se antojó capricho del destino, porque el Barça dominó de inicio a fin con alternativas y tiranía. Sin embargo, erraron los españoles en lo más importante de este deporte: el gol. Messi, en su afán por rescatar al equipo, pecó de individualista cuando dominaba el balón, y de solista cuando lo tenían sus compañeros. No combinó como acostumbra, y con el enfrentamiento de liga ante el Madrid, ya son dos partidos consecutivos sin marcar. Sin brillar.

Tras la derrota de liga, (dos partidos perdidos consecutivos) Guardiola ha sido objeto de críticas. Está el mister y su equipo en una situación que no conocen. De su encuentro ante el Chelsea , en el partido de vuelta de semifinales de Champions, depende que la temporada culé sea catalogada como buena o soberbia. Guardiola conoce la realidad, por lo que abandonará los ensayos de alquimista para centrarse en su alineación de gala. Regresará Piqué al centro de la defensa, Alexis a la frontera de cal y Cesc al protectorado del esférico. El Barça quiere la bola, la necesita, porque como mínimo debe marcar dos goles para superar la eliminatoria y el Chelsea no atenderá a una lucha de igual a igual. Agazapados en su hábitat, esperarán los londinenses sus opciones de contestar con zarpazos rápidos y definitivos, para en la siguiente jugada, regresar a las posiciones de inicio, junto al área. Parte de sus aspiraciones dependen de quién juegue arriba, si Drogba, un islote de pura roca, o Torres, que intentará combinar con mejor elocuencia.

El Barcelona, aclimatado al festejo de títulos, tiene la oportunidad de voltear la situación a la que ha llegado tras dos derrotas seguidas. El pase a la final supondría una nueva píldora para el optimismo blaugrana y se olvidaría el tropiezo liguero ante el Madrid de Mourinho. Una derrota por su parte, reavivaría los cantos del temido fin de ciclo. Pantomimas de tarareos, porque el Barça puede alcanzar su segunda final de Champions consecutiva, cuarta en siete años. Gesta de por sí memorable, máxime cuando un juego audaz e intrépido ha señalada el camino.  No puede (no debe) de un partido depender el balance de toda una temporada.

 

3 puntos de sutura

La velocidad es la estrella voraz de este Real Madrid. Le gusta correr y coger al rival desprevenido, y atacarle donde más duele, en una fugaz carrera armada con la destreza de sus delanteros. Poco se puede hacer ante la contundencia y agilidad del conjunto. Sin embargo, cuando el contrario se torna especulativo, esa velocidad que en los primeros envites de los partidos se mostraba cuasidefinitoria se traduce en un anhelo incómodo por dominar el balón.

Esquema pragmático que emuló ayer el conjunto de Mourinho, repitiendo por tercera vez consecutiva once inicial (Coentrao incluido). El cargo del luso afianza esa galopada conjunta que imprime el equipo, pero por momentos se transcribe en una desmesurada celeridad que acaba por anarquizar el partido. Demasiada verticalidad en manos de un lateral con cerebro de extremo, sin la visión del pivote ni la paciencia del compañero. El Madrid acusó ayer esa aceleración del encuentro, que incluso acabó por contagiar a la perfecta templanza. Özil, el caballero de la mediapunta, infectado por las prisas, cada vez se siente más delantero y, abandonado a la necesidad del gol y urgencia del último pase, olvida sus deberes como arquitecto. Una lástima.

El partido se presumía sencillo para los españoles. El Madrid, vestido de rojo treinta años después, visitaba al Dínamo de Zagreb en un estadio con marcadas connotaciones políticas. Una batalla campal en el Maksimir, el 13 de mayo de 1990, supuso el comienzo de la guerra serbio-croata. Aquel domingo interminable se enfrentaban el Dinamo de Zagreb con el Estrella Roja. No hubo muertos. Quizá el color de la camiseta de los merengues fue lo que confundió a Leko, que menospreció la ley arbitral y se cebó con el tobillo de Ronaldo. El más «guapo, rico y bueno» se quejó al terminar el partido pero el daño estaba hecho (3 puntos de sutura).

No desplegaron los españoles el juego de la Supercopa, cosa, que por otra parte, ya a nadie extraña. La máxima es la victoria, y la velocidad su principal arma. Incluso Alonso insistió en balones en largo. Pero el fútbol es presumido, y tras una primera parte algo anodina, una triangulación en el borde del área cegó al Dínamo de Zabreb. Marcelo hizo de Özil y asistió a Di María, que en perfecta sintonía marcó el único gol del encuentro.

Los croatas se desarbolaron tras encajar el gol, y no supieron achicar el agua que estaba hundiendo el navío. Sólo la bobería de un polvoriento Marcelo, que en dos acciones consecutivas recibió sendas amarillas, hizo fantasear a los locales. Aún así, el Madrid continuaba llegando con una velocidad descomunal. Al tiempo saltó al campo el creativo Lass, ese clon de mayordomo (que sin el 10 a la espalda parece más jugador), y la templanza cobró vida. Poco más en una noche sin grandes conclusiones. Los españoles continúan ganando, como siempre, sin un juego determinante. 3 puntos (de sutura) para comenzar la temporada en Champions.

Entre tanto, Mourinho en la grada con esa gorra de estrella hollywoodiense pero sin el carisma de los actores.