3 puntos de sutura
La velocidad es la estrella voraz de este Real Madrid. Le gusta correr y coger al rival desprevenido, y atacarle donde más duele, en una fugaz carrera armada con la destreza de sus delanteros. Poco se puede hacer ante la contundencia y agilidad del conjunto. Sin embargo, cuando el contrario se torna especulativo, esa velocidad que en los primeros envites de los partidos se mostraba cuasidefinitoria se traduce en un anhelo incómodo por dominar el balón.
Esquema pragmático que emuló ayer el conjunto de Mourinho, repitiendo por tercera vez consecutiva once inicial (Coentrao incluido). El cargo del luso afianza esa galopada conjunta que imprime el equipo, pero por momentos se transcribe en una desmesurada celeridad que acaba por anarquizar el partido. Demasiada verticalidad en manos de un lateral con cerebro de extremo, sin la visión del pivote ni la paciencia del compañero. El Madrid acusó ayer esa aceleración del encuentro, que incluso acabó por contagiar a la perfecta templanza. Özil, el caballero de la mediapunta, infectado por las prisas, cada vez se siente más delantero y, abandonado a la necesidad del gol y urgencia del último pase, olvida sus deberes como arquitecto. Una lástima.
El partido se presumía sencillo para los españoles. El Madrid, vestido de rojo treinta años después, visitaba al Dínamo de Zagreb en un estadio con marcadas connotaciones políticas. Una batalla campal en el Maksimir, el 13 de mayo de 1990, supuso el comienzo de la guerra serbio-croata. Aquel domingo interminable se enfrentaban el Dinamo de Zagreb con el Estrella Roja. No hubo muertos. Quizá el color de la camiseta de los merengues fue lo que confundió a Leko, que menospreció la ley arbitral y se cebó con el tobillo de Ronaldo. El más «guapo, rico y bueno» se quejó al terminar el partido pero el daño estaba hecho (3 puntos de sutura).
No desplegaron los españoles el juego de la Supercopa, cosa, que por otra parte, ya a nadie extraña. La máxima es la victoria, y la velocidad su principal arma. Incluso Alonso insistió en balones en largo. Pero el fútbol es presumido, y tras una primera parte algo anodina, una triangulación en el borde del área cegó al Dínamo de Zabreb. Marcelo hizo de Özil y asistió a Di María, que en perfecta sintonía marcó el único gol del encuentro.
Los croatas se desarbolaron tras encajar el gol, y no supieron achicar el agua que estaba hundiendo el navío. Sólo la bobería de un polvoriento Marcelo, que en dos acciones consecutivas recibió sendas amarillas, hizo fantasear a los locales. Aún así, el Madrid continuaba llegando con una velocidad descomunal. Al tiempo saltó al campo el creativo Lass, ese clon de mayordomo (que sin el 10 a la espalda parece más jugador), y la templanza cobró vida. Poco más en una noche sin grandes conclusiones. Los españoles continúan ganando, como siempre, sin un juego determinante. 3 puntos (de sutura) para comenzar la temporada en Champions.
Entre tanto, Mourinho en la grada con esa gorra de estrella hollywoodiense pero sin el carisma de los actores.